miércoles, 21 de mayo de 2008

Un cuadrado en el pais de los redondos

Me han contado que había un país lejano o a lo mejor cercano, no recuerdo, en el cual cada cosa (habitantes u objetos) eran redondos. Redondas eran las personas, las cabezas, los pies, las manos... redondas las casas, las puertas, las ventanas y redondos eran los coches. Había círculos grandes y pequeños, azules, rojos, rosas, verdes, un poco torcidos, con alguna magulladura pero todos rodaban alegremente. Un día, a este pueblo llegó un viajero. Algo que no resultaba nada extraño para los habitantes, a no ser, como era el caso, que el viajero en cuestión fuera cuadrado. A “cuadrado” aquel país sin esquinas le pareció un poco extraño, pero le gustó y decidió quedarse. A los redondos les ocurrió una cosa curiosa. Antes de la llegada de cuadrado les parecía que eran muy diferentes entre sí, mas desde que apareció él se habían dado cuenta de lo parecidos que eran unos de otros. Cuadrado se dio cuenta de inmediato que hiciera lo que hiciera, siempre le miraban. Todos aquellos ojos encima le ponían nervioso, se sentía continuamente como un equilibrista sobre la cuerda, y aunque trataba de estar atento, cada vez se notaba más perdido. Aunque también los redondos se equivocaban, cuando se equivocaba él, parecía más grave. Cuadrado se sentía muy mal cuando sentía que hablaban de él: “Todos los cuadrados son torpes y estropean todas las cosas, por fuerza, con sus esquinas puntiagudas”. Cierto que no era fácil tener una forma cuadrada en medio de todos aquellos círculos. Incluso las puertas eran ahora un problema….


Harto de estar solo, buscó conocer algunos habitantes y pensó que el mejor modo para hacerse aceptar era demostrar cuántas cosas sabía hacer. Procuró hacer todo más rápido y mejor que los círculos: trabajar, ser amable, organizar fiestas, contar chistes…Pero no le fue mejor. Se sentía cansado y los redondos continuaban comportándose de manera extraña, diferente, cuando estaba él.
Pensó entonces hacerse notar lo menos posible. Procuró ser igual que ellos: se rizó los cabellos, se puso gruesos vestidos para esconderse las esquinas o aristas, rellenó de algodón los zapatos, y trató de hablar con acento redondo. Pero tampoco esto funcionó. Cuadrado se sentía ridículo y los círculos parecían molestos con su intento de imitarles.

Finalmente pareció entender. A lo mejor estaba equivocado al tratar de ser amigo de todo el mundo a la vez. A lo mejor el secreto estaba en tratar de conseguir un amigo redondo que lo acercase a los otros círculos. Ayudó a un redondo que había conocido a limpiar su casa, le hacía compañía cuando estaba solo, le ayudó en el trabajo y hasta aprovechó sus aristas cuando servían. Y las cosas efectivamente mejoraron un poquito. De vez en cuando Círculo llevaba a Cuadrado a alguna fiesta o le daba las gracias por su ayuda. Pero Cuadrado no era feliz, su relación no se podía llamar amistad. Se sentía más ayudante (de vez en cuando directamente siervo) que amigo, y, sobre todo, se daba cuenta de que los otros lo escuchaban más y reían sus gracias cuando él hablaba mal de los otros cuadrados, cuando les tomaba el pelo como hacían con él al principio y cuando confirmaba que todos los cuadrados son bastos, violentos, que roban los niños y niñas redondos, que quitan puestos de trabajo a los círculos, que son perezosos y chismosos…

Una mañana Cuadrado se levantó más triste y más cansado que nunca y decidió marcharse. Mientras atravesaba el país con su mochila, se dio cuenta, entre tantas miradas que lo acompañaban, que algunos parecían disgustados, incómodos como él, que parecían no encontrar el coraje o las palabras que decirle. Tampoco a él se le ocurría nada. Así siguió caminando hacia su País.
La pena que le quedaba era no haber notado antes aquellas miradas tan inseguras y haber hablado con ellos, haber intentado contarles cómo se sentía y haberles preguntado qué sentían ellos.

1 comentario:

cari-faher dijo...

Muy bueno el cuento...es lo que necesito para trabajar la aceptacion de la diversidad Gracias!!!!